viernes, 16 de noviembre de 2007

Edel Morales (Cabaiguan, 1961)



Alberto Edel Morales Fuentes
(Cabaiguán, Sancti Spíritu, 7.08.1961)


Poeta, narrador e investigador.

Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana, 1984; y Master en Promoción Cultural por la misma universidad, 1992.

Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y Miembro de Honor de la Asociación Hermanos Saíz de jóvenes escritores y artistas (AHS), ha sido Director Nacional de Literatura y Vicepresidente del Instituto Cubano del Libro (ICL), desde hace más de una década coordina el Programa Literario, Académico y Profesional de la Feria Internacional del Libro de La Habana, y es el Director fundador de la revista de literatura y libros “La Letra del Escriba” y del Centro Cultural “Dulce María Loynaz”.

Ha publicado los poemarios:

Viendo los autos pasar hacia Occidente, Editorial Letras cubanas, La Habana, 1994.
Escrituras invisibles, Editorial Letras cubanas, La Habana, 1999.
Lejos de la corriente, Editorial Globo, Islas Canarias, 2002; corregido y aumentado para Ediciones Unión, La Habana, 2004.
Otro color, otras figuras geométricas, Ediciones Pleamar, 2007; Ediciones Unicornio, 2009.
El juego de la memoria (o Bajo el árbol del mango), Editorial Benchomo, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, 2009.
Con cierta elegancia, Editorial San Librario, Colombia, 2009; Editorial Letras Cubanas, 2010.

Además, para la Editorial Letras Cubanas seleccionó y prologó la antología/catálogo de jóvenes poetas cubanos "Cuerpo sobre cuerpo" (en conjunto con Aymara Aymerich), 2000; y la muy importante muestra de poesía cubana contemporánea "La Estrella de Cuba. Inventario de una expedición", 2004, reeditada en Venezuela por Monte Avila Editores, en el 2005.

Como narrador ha dado a conocer el relato testimonial “Los pies en la tierra” y la novela “Que te vuelva a encontrar” (Editorial Letras Cubanas, 2009; Editorial El perro y la rana, Venezuela, 2010), con la cual obtuvo el Premio Razón de Ser que otorga la Fundación Alejo Carpentier a proyectos de libros.

Por su obra le han distinguido con:

• Primer Premio del Concurso Nacional de Poesía Regino Pedroso, 2008, convocado por el periódico Trabajadores, con el poema en décimas “Cambio de época, ¿cambio?”.
• Primer Accésit del Premio Nacional de Literatura José María Heredia, 2008, convocado por la UNEAC de Santiago de Cuba, por el libro de poesía en décimas “El juego de la memoria (o Bajo el árbol del mango)”.
• Premio de Poesía en la X edición del Concurso Literario Félix Pita Rodríguez, 2008, por su cuaderno: "Otro color, otras figuras geométricas".

Ha impartido conferencias y realizado lecturas en Alemania, Argentina, Cuba, España, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, México, Puerto Rico y Venezuela. Sus artículos, entrevistas y textos poéticos y de ficción aparecen en numerosas antologías, publicaciones periódicas y sitios digitales de la isla y de otros países. Le fue conferida la Distinción Por la Cultura Cubana.

Reside en La Habana.

( Direcciones de correo electrónico: edelmorales@loynaz.cult.cu - albemfuentes@gmail.com )



VIENDO LOS AUTOS PASAR HACIA OCCIDENTE

En las pequeñas ciudades del centro de Cuba
las calles, habitualmente bulliciosas y dulces,
se quedan vacías en los meses de invierno.
Yo he vivido esa pesada quietud.
Los estudiantes se han marchado a descubrir el mundo
y una paz, una extraña y larga ausencia,
llega hasta las paredes y penetra al interior de los edificios.
Los clubes, las casas de cultura, los campos deportivos,
semejan un set, cuidadosamente preparado,
que espera el regreso de los actores para continuar la filmación.
En las pequeñas ciudades del centro de Cuba
todo es ausencia y espera en lo meses de invierno.
Yo he vivido esa pesada quietud.
Noches de febrero en la esquina vacía de Libertad y Paseo,
viendo los autos pasar hacia Occidente.
Como quien ve a una muchacha de piel muy limpia y cabellos negros
pasar gustosa hacia otro hombre.


PISOS HÚMEDOS

Vuelves a estar en los pisos húmedos de la casa lejana
de donde en verdad nunca has partido.
En su florescencia de marzo
los altos mangos iban también en esos viajes,
picoteaban las aves tu café de las seis en el patio de lajas,
era la sonrisa de tu hermana lo que iluminaba las postales
y recogía en los espejos el humo del padre,
los silencios de la madre, la ausencia de Miguel.
Todo iba contigo por el mundo.
Todas las cosas simples
donde aprendiste a encontrar tu nombre.
Todo iba contigo en esos viajes.
Vuelves a estar luego de veinte años en los pisos húmedos
de Masó 151 —que no es avenida al mar— sino calle que termina
en el agrio movimiento de las vegas de tabaco.
Todo lo que en este tiempo has visto
era hermoso y extraño: los distintos lenguajes de los hombres,
el gozo de tocar las nubes y vivir la paz del cielo,
los cuerpos que se ofrecían gustosos y sueltos
en las escaleras de los night clubs.
Todo se te oculta frente a la claridad de este instante.
Vuelves a estar en el tono azul de los cuadros de familia
y ya sabes qué significa partir,
qué te esperaba más allá de las fantasías de neón,
qué encontrarás en las próximas ciudades.
Toda esa belleza extraña y ajena, toda esa sabiduría
—y la iluminación que pudiste gozar en los sitios lejanos—
entraba en ti para que reconocieras la humedad de estos pisos.
Pero no culpes al mundo por eso: sin el placer y el dolor
que en tus manos pusieron estos largos veinte años
nada hubiese sido claramente tuyo,
nunca hubieses podido decir: por encima de todas las cosas
el tono azul de los cuadros de familia,
la florescencia de marzo sobre las aves del patio.
Todo se te oculta frente la claridad de este instante.
Y aún así, vuelves a estar de espaldas a la puerta,
vuelves a escuchar tu adiós en los pisos húmedos,
vuelves a buscar en nuevos viajes esta casa lejana
de donde, en verdad, nunca has partido.


CON CIERTA ELEGANCIA

Cierta elegancia
en la boca, cierto desacuerdo,
conviene —corresponde bien—
al modelo que predomina
y triunfa. En la ciudad abigarrada.
En los festines —sexuados—
de sus bares y casonas, conviene:
cierta elegancia en la boca,
cierto desacuerdo.

En las playitas privadas,
en los puentes de una sola dirección,
en las antiguas plazas —solitarias—
que frondosamente te reciben,
conviene mostrar: cierta elegancia
en la boca, cierto desacuerdo.
En la piel seductora de sus hijas, conviene.
No olvides ese dato.

Te recibe amena. Abre
para ti sus galerías. Se entrega
sin reservas —un cuerpo
arreglado para la especulación.
Pero exige. Se entrega y exige,
un resguardo seguro: cierta elegancia
en la boca, cierto desacuerdo.

Conviene: un poco
de travestismo. En la lógica
virtual de los internautas, conviene.
En las rápidas avenidas luminosas,
conviene: bajar velocidades. En
la extensa tradición comentada
por los libros —que vuelven a ser época—
conviene: cierta elegancia en la boca,
cierto desacuerdo.

No olvides ese dato.
Corresponde bien al modelo
que predomina y triunfa.



del libro LEJOS DE LA CORRIENTE, 2004

I
Y mientras la luna eclipsa:
¿quién escucha mi canción?
¿Alguien oye mi canción
mientras ya la luna eclipsa?
Bien, escritura, elipsa
la doble sombra y conjuga
la bruma: cansa, arruga
sueños el gran mago de Oz.
Escribe un texto sin voz
y escribe: La luz se fuga.


II
Dicta, silencio dador,
de la luz la doble fuga.
Dicta, silencio, la oruga
lame todo el esplendor.
El Verbo del Hacedor
pone su límite oscuro:
no estarás nunca seguro
de que vives lo que vives.
Sólo si un día lo escribes:
La luz en que yo perduro.


Toda la noche la casa ha estado vacía,
viajaba en esa oscuridad:
Babilonia, Atenas, el Cuzco
—ciudades que invitan a vivir otra vida
en calles trazadas para el ejercicio y el goce del amor.

Echado en la cama durante toda la noche
mira al techo vacío de la casa:
es blanco y está totalmente limpio de significados.
Pero hay tanta promesa de vida en la contemplación,
tanta posibilidad en las preguntas
que la incertidumbre y la blancura de un techo aceptan.

Barcelona, Buenos Aires, La Habana
—ciudades que ha visto pasar desde siempre
en el tiempo de la meditación que impone una casa apagada
(ni demasiado suyas, ni demasiado ajenas,
ni demasiado iguales)
invitándolo a vivir una vida distinta
en calles trazadas para el ejercicio y el goce de la libertad.

Las mira desvanecerse mutuamente
después de habitar en ellas durante muchas horas.
Sabe que volverán en el próximo corte de luz.
Como vuelve en el techo iluminado de la casa
el tiempo de la realidad y de la poca acción.


El universo expande la finitud de sus cuerdas:
no hay bordes. Es de noche alrededor.
Y de estos versos —escritos para precisar un instante—
nada quedará, finalmente. Lo sé, intentan
una imagen imposible del suceso.
Perdura en ellos la magia antigua del cazador,
su fiebre por encontrar la huella en la espesura,
su destino entre el bien y el mal.
Los acontecimientos se revelan demasiado visibles,
demasiado vergonzantes para una escritura
sumergida en el smog y en la frialdad
de la época contemporánea.
Lo sé, conozco las escuelas y sus dogmas.
Nada quedará de su impulso cegador. Nada
de la intensidad y la fiebre de esa singularidad desnuda.
Es de noche. El Universo se expande. No hay bordes.
Pero sí finitud en las cuerdas
y en la antigua magia del cazador para cumplir un sueño.
En esa fría indeterminación hago lecturas.
En ese caos preciso un instante —La Habana, año noventa
y sucesivos—y traduzco para un amigo estos versos:
hechos con una rara claridad que los condena
y los aleja de cualquier estética al uso.
Serán barridos hacia otro horizonte, lejos de la corriente.

Lo sé. Como sé que ninguna sustancia
escapa a la intensa gravedad de los agujeros negros.
Ni siquiera la luz.


Para qué te sostiene
para qué se desgasta inútilmente
mi psiquis
—que alguien menos triste llamaría sin eufemismos
mi alma—
en vitalidades carentes de provecho.
Para qué me infarto.
Para qué retorno en paz a ese futuro
anulado antes de ser
—los libros, los nietos, los caminos—
con giros y palabras
que igual pronunciaría en el más árido desierto.

Por más estoicas que sean sus previsiones
nada significan en tu argot
los amables gestos —incomprendidos siempre—
que mi ánimo intenta proponer.
Carente de emoción está tu vida, seca.
Desolada y fría está tu especie, recelosa del bien.
Como el arroz marchito antes del sol de su cosecha.
Como los capiteles muertos tras el paso de los siglos.
Así es mi miedo a perder por inacción
—o por ausencia elemental de forma y de sentido—
lo que siempre supe definir: lo más amado.
Así es el nervio de mi entrega.

Pero pasan los días y las noches
y otra vez los días marcados de la fiesta
sin que mi voz te encuentre preparada.

Para qué te sostiene, me pregunto, para qué.
Si la ciudad se expande y me seduce y canta.
Para qué se desgasta inútilmente
mi alma lamentable.



del libro EL JUEGO DE LA MEMORIA (o Bajo el árbol del mango), 2009
XXIII (the mango tree)

Homenaje a Hart Crane. ......................... ...... ...................
.................................Para José Antonio Taboada y Carlos Augusto Alfonso, en los diálogos de La Estrella


1
Entre pinos y mariscos
cantaba el árbol del mango,
en versos que le dan rango
de pilastras y obeliscos.

¿Varó su cuerpo en los riscos
de alguna costa perdida
o aquella carne fue roída
por un pez entre las olas?

Sufrió las lunas a solas
y eso selló su partida.

2
Ironía vil de un destino
que enfrenta sin paz el hombre:
hondo sumerge su nombre
en el denso remolino.

Y un mundo que es masculino
desde la palabra al hecho
apenas propone un lecho
en el agua a los suicidas

sin sexo ni salvavidas
que estrujar contra su pecho.

3
Acometió un poema épico
donde encarnara la América
mística, and hemisférica,
sobre aquel The bridge acético.

Viajaba desde lo estético
hacia amores hibernados:
Voyages bien trasvasados
en secuencias de este tiempo.

The mango tree que a destiempo
lanzó a los acantilados.


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